Considerado un alimento tan antiguo como saludable, mayoritariamente de la cocina palestina y de casi la mayoría de los países árabes, el labán, se ha extendido a todas aquellas naciones de inmigración levantina y por tanto a todos los países a los que han emigrado estos pueblos, ampliando así su consumo saludable y beneficioso entre los originarios.

El yogur está entre nosotros desde hace siglos. Los responsables de traerlo a Occidente fueron los antiguos búlgaros que se asentaron en el territorio balcánico definitivamente entre los siglos II y VII, sin embargo, en tierras orientales, especialmente Turquía, la Península Arábiga, el Magreb y las antiguas repúblicas soviéticas, ya se consumía desde antes de Cristo, bajo el nombre de yogourt, del turco ‘mezcla’.

El Laban no es otra cosa que una leche fermentada a alta pasteurización, lo que indica que ha sido sometida a un proceso de fermentación que provoca una disminución de la lactosa, haciéndola más apetecible a la par que confiere al producto lácteo una mayor esterilidad, cualidades necesarias para mejorar principalmente nuestro tracto gastrointestinal.

Su importancia en los hábitos de consumo de los consumidores es tan alta, que cerca del 70% de su producción de leche se destina precisamente a la elaboración del laban. Su elaboración suele concentrarse en las explotaciones tradicionales, o en las registradas.

Para los palestinos, la “cultura Laban” está presente en su cocina todo el tiempo, incluso las familias que emigran suelen llevarse esta cultura a su nuevo país, debido, en parte, al bienestar que les proporciona un producto que es un excelente regulador de la acidez.