La llave es el símbolo de la lucha del pueblo palestino. Son las llaves de los hogares de los hombres y mujeres que fueron expulsados de sus casa y tierras en 1948 por bandas terroristas sionistas cuando se fundo el estado de Israel Esas llaves, guardadas celosamente por la diáspora palestino, representan la esperanza de volver un día a su tierra y representan, asimismo, el Derecho al Retorno.
El 85% de los habitantes de la Palestina histórica fueron expulsados de 531 de sus ciudades y pueblos, es decir dos tercios de la población palestina. De este modo, cerca de 4 millones de refugiados están actualmente registrados en la UNRWA (United Nations Relief and Works Agency).
Repartidos entre los campos de Cisjordania, Gaza, Jordania, Líbano y Siria, esta población palestina agrupa a los expulsados residentes en Palestina del 1 de junio de 1946 al 15 de mayo de 1948, así como sus descendientes, los cuales perdieron su domicilio y sus fuentes de recursos a causa de la ocupación de 1948.
Para los palestinos, se trata de un derecho inalienable cuyo alcance simbólico es profundo. No habrá paz duradera sin una regulación justa y equitativa de la cuestión de los refugiados palestinos. Esta ha de reflejar, por el lado israelí, la expulsión y el despojo de la población palestina en 1948, y después en 1967, que forman parte, en el subconsciente colectivo pero también en la historiografía israelí, de temas tabú – como la negación de dicha expulsión. También ha de hacer un llamamiento al reconocimiento de la responsabilidad directa de Israel en los inmensos perjuicios y daños inconmensurables padecidos por los palestinos.
El derecho al retorno rompe con dos mitos fundadores del Estado de Israel: el eslogan de una Palestina “tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”, y el mito paralelo (y contradictorio de alguna manera) de la partida voluntaria de 500.000 palestinos (solamente), bajo las órdenes de los gobiernos árabes vecinos, los cuales les prometían un retorno rápido después de la victoria.
En efecto, la descripción de una Palestina medio en ruinas, subpoblada de nómadas falta de civilización, nutrió durante mucho tiempo la propaganda sionista desde finales del siglo XIX. Del concepto de “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra” nacerá la cuestión perpetua y perpetuada de la “transferencia” de la población residente, derivada de una percepción de los palestinos como una nación no existente y no ligada a la tierra de Palestina. De este modo, su pertenencia a la nación árabe y sus vastos territorios hacen que su “transferencia” sea más considerable.
Por consiguiente, las masacres y las atrocidades cometidas contra los civiles palestinos por parte de grupos extremistas judíos como el Irgoum (de Menahem Bejín), el Lehi (Itzhak Shamir), el Stern, la Haganah y el Palmach se presentaron como actos perpetrados por grupos incontrolados.