En noviembre, la cooperante española aceptó una condena a 13 meses de cárcel ante un tribunal militar israelí por “prestar servicios a una organización ilegal” y “tráfico de divisas en Cisjordania”, dentro de la ONG palestina Comités de Trabajo para la Salud, con la que colaboraba desde hacía 28 años. El acuerdo alcanzado por su abogado con la Fiscalía castrense le eximió de ser encausada por graves cargos de terrorismo y la puso a salvo de una prolongada permanencia entre rejas a la espera de juicio. El lunes vio confirmada su libertad condicional con tres meses de antelación.

“Espero que Israel recule y le dé un país, aunque sea pequeñito, a los palestinos. Y que sean vecinos. Algo tiene que cambiar. Se está creando mucho odio y debemos volvernos más humanos, no pensar en muertes, en guerras”, argumenta al ser preguntada sobre la creación de un Estado palestino.

Ruiz asegura que el trato físico en prisión ha sido “correcto”. “Mentalmente, ha sido otra historia”, admite. “Todavía me pregunto el porqué. La experiencia ha sido demoledora: la separación de mi familia, aislada”. Se interroga por lo ocurrido en busca de respuestas, sin dejar de mencionar a cada momento a sus compañeras presas en la prisión de Damon, en un bosque de las afueras de Haifa (norte de Israel). “No me dejaron sola. Me hacían reír, entrar en una rutina para evitar que me deprimiera. A esas mujeres extraordinarias se lo debo todo por su cariño”.

—Cuando en agosto llegó esposada y con grilletes al tribunal militar de Ofer (Cisjordania) no parecía estar recibiendo un trato normal.— se le plantea durante el encuentro con la prensa.

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—No lo era. Era mi primera vista. Una sesión de 20 minutos que me supuso tres días de periplo. Me trasladaron a varias prisiones. Me despertaron muy temprano. Estuve 12 horas esperando a comparecer ante el tribunal. Es una manera de presionar. Estaba muy mal. Volví destrozada.

Ruiz padece de una enfermedad crónica por la que está medicada. Una muñequera de color beis protege su mano izquierda. “Aún no he podido ir al médico”, confiesa. “He estado en la cárcel con muchos dolores: se me dormía el brazo y he aguantado a base de calmantes”.

La entereza en el penal de Damon con sus compañeras se desvanece, sin embargo, al recordar el primer mes de detención. “Me desarmé totalmente. Caí en una depresión, en lloros. En no querer comer ni ducharme”, relata con semblante sombrío. “Me sometieron a continuos interrogatorios. Me llevaban desde la cárcel de Sharon [en la zona de Tel Aviv] hasta un centro de detención de Ashkelon [junto a la franja de Gaza]. Pasaba 12 horas fuera de mi prisión habitual y volvía totalmente extenuada”, detalla.

En la cárcel de mujeres cercana a Haifa escuchaba los mensajes de su familia en el programa de la radio palestina dedicado a los presos en Israel. En 10 meses solo tuvo tres visitas familiares y dos llamadas telefónicas, aparte de los breves encuentro a voces en la sala de vistas del tribunal militar de Ofer.

“Me acusaron de financiación de terrorismo, pero yo solo era una empleada de una ONG que trabajaba en la presentación de los proyectos de cooperación, no en su ejecución, que era auditada por instituciones españolas”, puntualiza. “Mi ideología es la humanidad, los derechos civiles, en absoluto estoy relacionada con cuestiones políticas. He trabajado 28 años con la organización sanitaria y nunca me han planteado dudas sobre su legalidad”.

Ruiz considera que su proceso ha sido una causa general contra las ONG humanitarias palestinas: “Yo solo soy como un clavo, pequeñito, pero fundamental. Un punto débil. Soy española, pero también tengo ciudadanía palestina y por eso me han utilizado en Israel para enviar un mensaje de propaganda a Europa y cortar el flujo de financiación a las ONG”.

“Tengo la conciencia tranquila”

“Creo que esa ha sido la intención de Israel con mi detención, pero el resultado ha sido todo lo contrario. Toda la gente ha demostrado estar conmigo en Palestina y en España. Tengo la conciencia tranquila”, replica para defender su inocencia.

El lunes por la tarde, cuando le anunciaron su liberación, se echó a llorar antes de abrazarse con todas sus compañeras. “Estaba en estado de choque”, describe su peripecia. Cuando llegó al puesto de control de Yamala, entre Israel y Cisjordania, cerca de Yenín, no había acudido aún el representante consular español que iba a recogerla. “Un taxista palestino me vio desorientada. ‘Soy una presa que acaba de salir’, le expliqué. ‘No necesito un taxi. Solo un móvil para decirle a mi marido que ya estoy libre”. Se lo ofreció de inmediato, recuerda entre sonrisas.

“Enseguida vino el vicecónsul y hablé por teléfono con el ministro español”, explica sobre su comunicación de urgencia con el titular de Exteriores, José Manuel Albares. “Me pidió que se lo cuente todo cuando vaya a Madrid”. La sentencia le prohíbe trabajar en ONG palestinas durante cinco años. “Estoy cansada, tengo problemas de salud y pronto cumpliré la edad de jubilación. La cárcel me ha hecho pensar. Quiero vivir a caballo entre España y Palestina”, adelanta sus próximos planes, cuando pueda viajar a España a partir del 13 de mayo.

“Me gustaría escribir unas memorias, sobre mi experiencia desde que llegué a Palestina en 1985 y contar lo que ha pasado ahora en la prisión”. Pero antes quiere “dar las gracias a la ciudadanía española” por el apoyo que ha recibido para lograr su excarcelación. “A veces no nos damos cuenta de lo solidaria que es la gente en España”, concluye emocionada. “Nuestro país tiene mucha más humanidad que otros. Me siento muy orgullosa de él”.