En su teatro, cerca de sacos de arena y otros obstáculos antitanques en el campo de refugiados de Yenín, en Cisjordania ocupada, Mustafá Sheta reflexiona sobre el destino de los actores palestinos.

“Vivimos una situación muy anormal”, dice a la AFP en el Teatro de la Libertad (“The Freedom Theatre”).

Ese día, el silencio reina en las calles del campamento, donde los habitantes convocaron una huelga general después de que las fuerzas israelíes asesinaran a una adolescente de 16 años horas antes.

Desde hace meses, las incursiones del ejército israelí son constantes en Yenín, y en el norte de Cisjordania ocupada.

En estas condiciones, es muy difícil seguir con las funciones en el Teatro de la Libertad.

“¿Qué podemos hacer? ¿Seguir, parar, anular los espectáculos?”, se pregunta su director, Sheta, de 42 años. “No podemos planificar nada, se tienen que preparar varios escenarios”.

En 2022, más de 40 palestinos murieron en el sector de Yenín, entre ellos un adolescente que seguía cursos en este teatro, según un recuento de la AFP.

Una mañana de diciembre, tres habitantes fallecieron, a pocas horas del estreno de un espectáculo de la compañía de Sheta. Tras pensarlo mucho, los actores decidieron seguir adelante con la función, ante unos 75 espectadores, la mitad de la sala.

Para Yasmin Shalaldeh, de 30 años, que interpreta en la obra a una residente en Gaza, es “crucial seguir trabajando”.

Libertad de circulación

Después de pasar por Yenín, la obra “Metro Gaza” se presenta en Ramallah, Jerusalén y Haifa.

Cada teatro se enfrenta a sus propias dificultades.

En Jerusalén Este, el teatro El Hakawati ha perdido gran parte de su público después de que Israel construyera, en los años 2000, un muro de separación entre la Ciudad Santa y el resto de Cisjordania, territorio palestino ocupado desde 1967.

“Con el muro y los puestos de control, (el público) empezó a reducirse, la gente no puede venir”, explica su director Amer Khalil.

En Jerusalén, Cisjordania o en la Franja de Gaza, los palestinos no tienen los mismos documentos de identidad, lo que afecta a sus posibilidades de viajar entre los territorios.

“Es una tortura”, se queja Shalaldeh, oriunda de Jerusalén.

“Cuando tienes un espectáculo en Jerusalén y personas de Gaza quieren ir, no pueden”, lamenta la actriz.

Aunque ya no es necesario someter las obras de teatro a la censura, como ocurría antaño, Khalil asegura que otras amenazas pesan sobre los teatros palestinos.

Su institución, por ejemplo, no puede recibir financiación de la Autoridad Palestina y así que depende de las ventas de entradas y de las donaciones, principalmente europeas.

Pero, pese a todas estas dificultades, los artistas palestinos deber continuar con su trabajo, insiste Shalaldeh: “Es importante seguir viviendo y transmitiendo el arte”.